Sara Piña

El universo es el óxido de lo esparcido. Es un óxido tan vasto y sin medida y yo busco sus colores menos apagados o los más lustrosos. A veces los encuentro en nebulosas o en planetas imaginados. Y del mismo ejercicio suelo imaginar los colores que aún no han sido hollados, menos aun, encontrados. Soy una pintora de lo desconocido, una artista de lo impredecible, la que busca el arquetipo de la luz. Si Einstein buscó la fórmula, yo busco el cromo. Es casi como una arqueología original, una búsqueda de los destellos… Tanto del origen como del final.

Pero yo, mujer de los elementos, me inclino ciertamente por el origen… Soy origen, matriz, caldo, protoplasma, la que sacó la vida adelante y fabriqué generaciones australes. Por ese mismo don, soy el antioxidante, la prímula, la escama frágil en alas lepidópteras, la que también busca entre grietas tectónicas y tan antiguos océanos primigenios el origen, la huella, el fósil voluptuoso de todas las eras levantadas y las caídas.

Mis manos artesanas enhebran filamentos de colores y los anudo en la tela buscando y encontrando. Taladrando y esculpiendo, amando y eclosionando, pariendo y muriendo. Ciclos, edades, especies, lo pérmico, explicando pobremente la extinción brutal y de ella surge lo nuevo, la evolución, el alba, el rocío de la vida, el ala del colibrí, la conexión primera y última entre los restos y los comienzos de la vida. Esa soy yo, mujer, tela, color y la exaltación máxima que es la vida.